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Aprender inglés es duro

En estas últimas semanas, he recibido un par de llamadas de estudiantes preguntando por clases de inglés por Skype y quejándose, al mismo tiempo, de lo tedioso y aburrido que era aprender inglés.

No puedo estar más de acuerdo.

Es excesivamente tedioso por, al menos, dos razones.

La primera es que hay demasiado vocabulario que memorizar y la segunda es que conseguir fluidez cuesta muchísimo cuando has estado durante años aprendiendo inglés solo con ejercicios escritos. Como no has escuchado, ni hablado suficiente inglés, el día que decides tomar las riendas del problema, te ves obligado a sudar tinta intentando entender y pronunciar. Todo porque no lo hiciste a una edad temprana, y con el paso de los años se te ha vuelto cuesta arriba.

Siempre que los estudiantes me cuentan sus dificultades y aburrimiento, pongo como ejemplo lo que me ocurrió a mí cuando tuve que aprender a conducir.

Nunca tuve interés por los coches, y además era tremendamente torpe. ¿Te suena? Nunca tuve mucho interés por el inglés y además se me da mal.

Cuando me tuve que enfrentar al problema, primero, sacarme el carnet y después, conducir en Madrid, llegaba a la siguiente conclusión: mi independencia como persona es más importante que todos los obstáculos que tendré que superar. Si no me saco el carnet, siempre tendré que depender de los demás.

Pero esto no lo vi claro hasta que cumplí 26 años. La razón fue que me dieron una beca para hacer un máster de Derecho comparado en Estados Unidos.  Eran finales de los años 80 cuando aterricé en Miami, una ciudad que prácticamente no tenía transporte público. Fue una auténtica odisea pues todos mis compañeros tenían carnet y coche, y yo ninguna de las dos cosas. Aunque encontré la forma de ir a la Universidad ya que me prestaron una bicicleta y, al final, descubrí un autobús que -aunque pasaba muy de tarde en tarde- me dejaba cerca de casa, esta experiencia me dejó muy marcada. Me prometí a mí misma que no volvería a ocurrir, que en cuanto llegara a Madrid sacaría el carnet y podría valerme por mí misma.

De regreso en Madrid, sacarme el carnet fue otra auténtica odisea.

Me costó carísimo, pues tuve que hacer -sin exagerar- cientos de clases. Aún así, mis dotes de conductora era prácticamente nulas. Lo único que me mantenía en pie era ese deseo de no tener problemas en el futuro por no saber llevar un coche.

Cuando me presenté al primer examen, la profesora del autoescuela me preguntó: ¿tú te has tomado algo?

Efectivamente, me había zampado un bote entero de valerianas y aún así temblaba como una hoja. Por supuesto, no aprobé y encima, a mi regreso a casa desde el centro examinador de Móstoles, me quedé dormida en el metro. Una señora me despertó diciéndome: “Oiga, que este es ya el final del trayecto”.

Era tal el estrés que me producía el examen de conducir que prefería adormecerme con tranquilizantes. Sentía un sufrimiento horrible.

Al final, de tanto intentarlo, di con un examinador que yo creo hizo la vista gorda con algunas faltas y que me aprobó a la quinta. 

Con mi carnet recién sacado, pensé: “Bueno, ya lo tengo, pero seguro no lo usaré”.

Pasó un tiempo, y la empresa donde trabajaba decidió cambiar de instalaciones. Pasaron del alquilar una oficina en el barrio de Salamanca (con metro y autobuses en todas las direcciones) a comprar unas instalaciones en un polígono en Getafe al cual solo se podía acceder por coche.

“Vaya -pensé- ya no tengo más remedio que conducir.

Volví a coger clases para practicar. Otro pastón. También adquirí un coche de segunda mano y pedí ayuda en mi entorno. 

Tanto mi marido, como una compañera de trabajo (¡Gracias, Rocío!), se ofrecieron a practicar conmigo e incluso a acompañarme al trabajo.

Los primeros días fueron muy estresantes.

No podía  conciliar el sueño pensando en que tenía que meterme al día siguiente en la M-30, y el solo hecho del ver las llaves sobre la mesa, me daba descomposición. También cualquier cambio en el trayecto que supusiera algo de descontrol por falta de experiencia, como la lluvia o la oscuridad, desataban mi pánico.

Ni que decir tiene, el terror que le tenía a las rampas y a todos los lugares donde el coche se me podía calar.

Cuando miro hacia atrás pienso que lo único que me salvó y me permitió conseguir mi objetivo de conducir fue ese deseo de ser independiente que se forjó en Miami cuando estuve casi un año dependiendo de mucha gente para poder desplazarme.

Fue exactamente eso lo que me dio las fuerzas para continuar practicando un día, y otro día, hasta conseguir coger confianza y poder ir en coche donde quisiese.

Fue eso, lo que me llevó a irme a las 6 de la mañana un fin de semana a un supermercado Carrefour que tenía rampas para parar el coche en medio de la rampa y arrancarlo nuevamente sin que se me calara. Recuerdo la cara de asombro del guardia de seguridad que me vio haciendo estas maniobras a esa hora.   

Lo que nunca pude superar bien, fue lo de aparcar. Sigo teniendo problemas aún hoy cuando tengo que retroceder y pensar hacia dónde van las ruedas, así como cuando tengo que aparcar al lado izquierdo de una calle.

Sí, sigo siendo torpe al aparcar, pero lo que quería conseguir, lo conseguí: soy independiente. 

Esa es para mí la fórmula para superar el tedio y aburrimiento de aprender inglés.

Lo que te debe motivar deben ser las ganas de ser independiente y poder valértelas por tu cuenta en cualquier lugar del mundo, sin parecer que no puedes expresarte correctamente porque no eres lo suficientemente inteligente. Nota: Esto último no es para nada cierto, pero es frecuentemente lo que solemos pensar nosotros mismos: “debo parecerle a esta gente un imbécil”.

¿No tiene eso un gran valor?

El problema es que, al igual me ocurrió a mí con el carnet de conducir, tendrás que pagar un precio, que no es pequeño.

Por un lado está el esfuerzo económico, y por otro, la necesidad de practicar, y practicar y practicar, hasta que te salga mejor.

¿Pero es que acaso existe en este mundo algo valioso por lo que no sea necesario luchar?

Todo lo que tiene valor, cuesta conseguirlo. Y así pasa con el inglés. Si puede más en ti tu desánimo, entonces te estarás “cortando tus propias alas”.

Si, en cambio, no sucumbes y pones por delante la necesidad de valerte por ti mismo, de aspirar a un mejor puesto de trabajo, de viajar por el mundo sin tener que esperar que te traduzcan, de expresarte sin complejos ante tus compañeros de trabajo, o jefe,  y evitar pensar que se reirán de ti por tu falta de vocabulario o tarzánico modo de hablar; entonces le habrás ganado la partida al inglés.

El inglés se rinde ante ti solo cuando tú primero te rindes ante él.

Rendirse ante él significa que no se le abandona nunca, se practica a diario escuchando y aprendiendo vocabulario.

Es importante pedir ayuda, buscar un buen profesor particular (cuanto más te cueste aprenderlo, más necesario es tener un buen profesor), estar en ambientes que te motiven y te ayuden a conseguir tus metas.

Así es: si le adoras, finalmente el inglés te adorará a ti. 

Te animo a no sucumbir. Al final la gratificación de saber inglés bien es extraordinariamente alta.

 

3 comentarios

  1. Muchisimas gracias por este post!
    Me ha levantado el animo.
    He estudiado ingles por 4 años,pero no intensamente,he asistido a diferentes cursos y los he abondonado,el ultimo fue como una pesadilla para mi,era como una pasantia a una empresa donde aplique para trabajar,como no tenia el nivel requerido ellos me ofrecieron su academia de ingles,nunca me he considerado torpe,solo algo despistada,me cuesta concentrarme en los pequeños detalles,pero ahi cometi unos errores que nunca habia hecho,como el doble pasado,o confundir she con he,y sumado a eso el sentirme torpe ahi,porque a los otros les fue mejor que a mi,creo que no supe manejar bien la ansiedad de estar bajo presion,pense en tirar la toalla estos dias atras,pero aunque sea dificil voy a seguir estudiando y como tu dices,la gratificacion de aprender ingles es demasiado alta.
    Saludos.

  2. Tengo 42 años y se me a dado por aprender inglés por varias razones importantes. El primer mes estresado no podía dormir todo el día ese ere mi pensamiento perturbador. Estoy en el segundo mes básico 2. Y ya venían los primeros pensamientos de desánimo hasta que (ya sabes) llegué a tu blog y me has inyectado motivación una vez más.

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